El auténtico partidazo comienza en este equipo cuando el árbitro pita el final. Eso me dijeron, y así es, aunque al principio no me lo creía del todo. Para mí el fútbol siempre fue un encuentro dentro de un campo, o más bien un desencuentro contra otro, pero hasta los más zopencos aprenden algo.
Eso estoy aprendiendo en El Duende (San Andrés), algo básico en cualquier deporte, que no es otra cosa quecuando el árbitro pita su final y respira aliviado de todas las protestas posibles en ochenta minutos, desaparece la cara dura del
fútbol para recuperar la del amigo (perdimos en semifinales 9-1 contra San Andrés). Decir amigos a estas alturas, llevo dos partidos jugados con los Pollitos F.C., parece de “mú echao pa´lante” pero así es.
Ya en el vestuario, entre ruidos de botas, lamentos como “yo ya estoy muy viejo para esto” o “el equipo se ha partido en dos con el cuarto”, llegan las primeras risas con el agua ardiendo de la ducha en pleno mes de junio que te escupe hacia fuera.
Después, fuera, “colorao”, y con las chanclas puestas, auténticas botas de un futbolista malagueño, rodeas
el campo a un ritmo más lento, sin presión alguna hasta que sin darte cuenta, de golpe y porrazo, te ves riendo con uno y saludando a otro, pidiendo por favor 5 o 6 latas de cervezas y repartiéndolas mientras vuelves a donde estabas para seguir hablando del Málaga, de Teatro, de cómo hemos jugado o simplemente para escuchar y reírte de las cosas que dice cada uno. Y si eres de los futboleros auténticos, como creo que lo somos todos en este equipo, te pegas a la valla y miras el partido que otros juegan.
Comentas algo sobre una jugada, ¡falta! grita uno después de un piscinazo para que nos riamos, vaya que nos reímos, y de pronto te viene a la cabeza, como un tiro al palo, la primera jugada del partido. Duró un minuto y fue en silencio a la memoria de una madre.
